Poco a poco Encélado se va perfilando como uno de los
mundos más atractivos para la búsqueda de vida fuera de la Tierra. Esta
pequeña luna de Saturno es famosa por sus géiseres de partículas y hielo
de agua que salen de su hemisferio sur y que fueron descubiertos por la
sonda Cassini en 2005. Debido al minúsculo tamaño de este satélite —504
kilómetros— nadie se esperaba semejante actividad geológica, así que
durante una década la comunidad científica discutió si estos chorros
procedían de pequeñas reservas de agua líquida o de un océano bajo la
corteza de hielo.
Recreación de la sonda Cassini atravesando los géiseres del polo sur de Encélado (NASA).
En 2015 se confirmó que el océano era global y, por tanto, no estaba
limitado al hemisferio sur. Ese mismo año se descubrieron evidencias de
fuentes hidrotermales en el fondo de dicho océano. La noticia fue todo
un bombazo. La supuesta actividad hidrotermal catapultó a Encélado a la
selecta liga de los mundos del sistema solar con mayor potencial de
habitabilidad, ya que en la Tierra estas fuentes constituyen un conjunto
de oasis para vida. Hoy disponemos al fin de más pruebas de que las
fuentes hidrotermales de Encélado existen de verdad.
Modelo del interior de Encélado. Se aprecian las fuentes hidrotermales en el hemisferio sur y el océano global (NASA).
Ahora bien, ¿cómo sabemos que existen fuentes hidrotermales en el
océano de una remota luna de Saturno? Obviamente, la sonda Cassini es
incapaz de perforar el hielo de la gruesa corteza exterior y no puede
estudiar el océano directamente. Lo que sí puede es analizar las
partículas expulsadas por los chorros, que nos ofrecen una ventana única
al interior de Encélado sin necesidad de aterrizar en su superficie. En
2015 el instrumento CDA (Cosmic Dust Analyser) de Cassini
descubrió que algunas de las partículas de los chorros son de dióxido de
silicio y que su tamaño es de 6 a 9 nanómetros. En la Tierra estas
partículas se forman en fuentes hidrotermales de los océanos con
temperaturas superiores a 90 ºC en medio alcalino sobresaturado de
sílice y con abundancia de sales, así que la conclusión era que en
Encélado también existen fuentes hidrotermales.
Podemos decir que la evidencia no era precisamente aplastante, de ahí
la importancia del anuncio de hoy. Y es que Cassini ha detectado
hidrógeno molecular en los chorros de Encélado. El instrumento INMS (Ion Neutral Mass Spectrometer)
de Cassini ha descubierto que los géiseres emiten hasta 200 kg por
segundo de este gas. ¿Y por qué esto es importante? Pues porque en los
sistemas hidrotermales de la Tierra el agua a alta temperatura reacciona
con rocas ricas en minerales ferrosos produciendo hidrógeno molecular.
Es decir, estamos ante otra prueba a favor de las fuentes hidrotermales
en Encélado. La detección de hidrógeno con el INMS no ha sido tarea
fácil y el equipo de la misión ha tenido que trabajar muy duro para
obtener datos relevantes a partir del ruido del propio instrumento.
Fuentes hidrotermales en Encélado (NASA).
Es una gran noticia porque se trata de una prueba completamente
independiente a la aportada por el instrumento CDA en 2015, pero sobre
todo porque tiene enormes implicaciones de cara a la habitabilidad del
océano de Encélado. En la Tierra existen microoganismos —denominados
quimiolitótrofos— que sobreviven en las fuentes hidrotermales
alimentándose del hidrógeno y creando metano a partir del dióxido de
carbono en el proceso. Y —redoble de tambores— previamente Cassini ya
había detectado metano y dióxido de carbono en los chorros.
Pero antes de que nadie se atreva de hablar de pequeños enceladianos
hay que subrayar que el metano puede proceder tanto de clatratos (hielo
de agua con otras sustancias atrapadas en su interior) como,
precisamente, de las fuentes termales gracias a reacciones entre
minerales como el olivino y el agua a altas temperaturas. De hecho, la
existencia de metano, junto con los granos de dióxido de silicio, se
presentó en 2015 como una de las pruebas a favor de las fuentes
hidrotermales. Otro punto a destacar es que los datos confirman que el
océano de Encélado es muy alcalino, con un pH de entre 9 y 11, tal y
como se había propuesto hace varios años (como nota aparte,
personalmente me parece casi milagroso que seamos capaces de determinar
las características químicas de un océano ubicado en el interior de una
luna de Saturno a 1500 millones de kilómetros del Sol).
Estimación del pH del océano de Encélado (J. Hunter Waite et al.).
Es verdad que existen otros procesos capaces de generar hidrógeno en
Encélado, pero todos ellos se quedan cortos a la hora de explicar los
datos del INMS. Por ejemplo, si el hidrógeno fuese primordial
—procedente, de algún modo, de Saturno— también debería haberse
detectado helio, cosa que no ha sucedido. Igualmente, si viniese de
algún otro fenómeno relacionado con la disociación de moléculas de agua
también debería haberse detectado oxígeno y no ha sucedido así.
Resumiendo, Cassini no ha descubierto vida en Encélado —y no podría
aunque le saltase un calamar alienígena encima porque no ha sido
diseñada para ello—, pero sí ha descubierto que en el océano de Encélado
se dan las condiciones para que sobrevivan microorganismos similares a
los terrestres. Al menos comida —o, mejor dicho, energía— no les
faltaría. Lo ideal sería estudiar la distribución isotópica del carbono
de ese metano para saber si hay alguna contribución biológica, pero
desgraciadamente Cassini carece de esa instrumentación (y eso sin tener
en cuenta que no volverá a pasar por Encélado).
Encélado visto por Cassini (NASA/JPL-Caltech).
Una de las candidatas a la próxima misión New Frontiers de la NASA es una sonda para el estudio de Encélado y Titán (que podría ser parecida a algo así).
No cabe duda de que hoy esta misión está un paso más cerca de ser
aprobada, pero también hay que ser cautos. Los modelos actuales no
logran explicar la elevada actividad geológica de Encélado ni siquiera
teniendo en cuenta el calentamiento de marea, por lo que ciertas teorías
apuntan a que la actividad de esta luna —y por tanto, su océano— podría
ser intermitente. Es decir, estaríamos ante un mundo que durante la
mayor parte de la historia del sistema solar ha estado congelado y que
solo despierta durante breves —geológicamente hablando— intervalos de
tiempo. Otras teorías apuntan a que Encélado, como otras lunas de
Saturno, tendría menos de sesenta millones de años. Sea como sea, ya
estamos tardando en comprobar si es verdad o no.
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Sonda Luna 25: la vuelta de Rusia a la Luna
El gran punto débil del programa espacial ruso es sin
duda la exploración del sistema solar. Después de años de continuos
retrasos y revisiones, Rusia solo ha lanzado dos sondas desde 1991. Y
las dos —Mars 96 y Fobos-Grunt— terminaron en fracaso. Incluso una
potencia espacial modesta y con un programa planetario muy joven como es
la India ha superado a Rusia en este campo al lanzar con éxito sondas a
la Luna (Chandrayaan) y a Marte (Mangalyaan). Bien es cierto que no
todo está perdido: Rusia juega un papel fundamental en las misiones
ExoMars 2016 y, sobre todo, ExoMars 2020, ambas sondas construidas
conjuntamente con la ESA, además de participar con varios instrumentos
científicos en otras misiones. Pese a todo Rusia sigue manteniendo
planes para lanzar sus propias sondas y el próximo objetivo es la Luna.
La próxima sonda lunar rusa debe ser la Luna 25, una nave que Roscosmos
planea lanzar en 2019 y que incluirá un pequeño generador de
radioisótopos (RTG) con plutonio-238.
Modelo de la sonda Luna 25 (NPO Lávochkin).
Como el tema de las sondas lunares rusas es algo confuso, hagamos
algo de memoria. Tras muchos cambios de planes —y de nombres—, Roscosmos
decidió aprobar en 2014
tres sondas para el estudio de nuestro satélite: las Luna 25, Luna 26 y
Luna 27. La Luna 25, también conocida como Luna-Glob, debía despegar en
2019 y aterrizar en la superficie lunar para poner a prueba las
tecnologías asociadas con el descenso sobre la Luna. En 2021 despegaría
la sonda Luna 26 o Luna-Resurs OA, un orbitador para estudiar la
composición del regolito lunar. Por último, en 2023 despegaría la Luna
27 o Luna-Resurs PA, otra sonda de aterrizaje basada en la Luna 25 con
un taladro desarrollado conjuntamente de la ESA para explorar el hielo
de los polos lunares.
Planes actuales de Roscosmos para explorar la Luna (NPO Lávochkin).
Plan de exploración lunar de 2014 (NPO Lávochkin).
Pero recientemente Roscosmos ha vuelto a cambiar los planes y, contra
todo pronóstico, ha acelerado los plazos del programa. Las sondas Luna
25, 26 y 27 se lanzarán ahora en 2019, 2020 y 2021 respectivamente y se
llamarán Luna-Glob, Luna-Resurs 1 y Luna-Resurs 2. La empresa
fabricante, NPO Lávochkin, también ha concretado más detalles de cada
misión, especialmente de Luna 25, la primera de la serie, y la sonda
Luna 28 de retorno de muestras, que ahora está planeada para no antes de
2024.
Sonda Luna 25 (NPO Lávochkin).
Luna 25 o Luna-Glob tendrá una masa de 1540 kg, de los cuales 30 kg
corresponderán a los instrumentos científicos. Despegará mediante un
lanzador Soyuz-2-1b/Fregat desde Baikonur. Tras realizar un viaje de
cinco días que incluirán dos maniobras de corrección, la sonda se
colocará en una órbita polar y circular de cien kilómetros de altura
alrededor de la Luna. Tras otro encendido se situará en una órbita de 18
x 100 kilómetros. El tiempo total en órbita lunar será de entre 4 y 7
días. Posteriormente la sonda encenderá su motor principal a 18
kilómetros de altura para comenzar la fase de aterrizaje. El motor será
capaz de generar un empuje de entre 400 y 480 kgf. A 2100 metros de
altura la sonda habrá eliminado su velocidad horizontal y descenderá
verticalmente con el motor apagado para dar tiempo al rdar Doppler a
adquirir la altura y velocidad precisas. A 700 metros el motor se
volverá a encender a la máxima potencia para frenar la velocidad del
vehículo y a unos 20 metros se apagará y se usarán dos pequeños motores
de 60 kg de empuje cada uno de cara a garantizar un aterrizaje suave
—con una velocidad entre 1,5 y 3 m/s— sobre el polo sur de la Luna.
Fases de la misión Luna 25 a la Luna (NPO Lávochkin).
Fase de descenso de la Luna25 (NPO Lávochkin).
Configuración de lanzamiento (NPO Lávochkin).
La zona de aterrizaje no puede tener una inclinación superior a 7º,
pero el alunizaje no será de alta precisión, como por ejemplo el de la
sonda china Chang’e 3, por lo que las tres zonas de descenso elegidas
son bastante planas. Además, al alunizar cerca del polo sur el Sol no se
elevará sobre el horizonte más de 16,3º, motivo por el cual los cinco
paneles solares —de 740 x 1220 mm cada uno, con una superficie total de
4,5 metros cuadrados— están situados en los laterales del vehículo.
Estos paneles generarán una potencia de unos 530 vatios.
Partes de Luna 25 (NPO Lávochkin).
Tren de aterrizaje de Luna 25 (NPO Lávochkin).
Durante el primer día lunar la Luna 25 debe recoger muestras del
regolito con un pequeño brazo manipulador y, por supuesto, tomará
fotografías de la superficie. Pero para sobrevivir a la noche lunar, de
dos semanas de duración, Luna 25 incorporará un pequeño generador de
radioisótopos (RTG en inglés o RITEG en ruso) de plutonio 238 para
garantizar que las temperaturas no desciendan demasiado. Este RTG tendrá
una potencia térmica de 125-145 vatios y 6,5 vatios de potencia
eléctrica, por lo que podrá generar un voltaje de unos 3 voltios,
suficiente para mantener la aviónica a la temperatura adecuada. Este RTG
está basado en los empleados en la malograda misión Mars 96.
RTG de Luna 25 (NPO Lávochkin).
Los instrumentos principales de la sonda son STS-L (la cámara
principal, con capacidad estereoscópica), ADRON-LR (un detector de
neutrones para estudiar el regolito), ARIES-L (para estudiar los iones
que proceden del regolito debido a la interacción con el viento solar),
LAZMA-LR (para el estudio de las muestras lunares recogidas por el
brazo), LIS-TV-RPM (una cámara instalada en el brazo para ver el
regolito en alta resolución), PmL (para estudiar la composición del
polvo lunar y los campos eléctricos alrededor de la sonda), LINA-EKSAN
(para el estudio de la exosfera lunar) y TERMO-L (para estudiar las
propiedades térmicas del regolito), además de un retrorreflector láser
para medir con precisión la distancia a la Luna.
Carga científica de Luna 25 (NPO Lávochkin).
En cuanto al resto de misiones, también han sufrido varias
modificaciones estos últimos años. Luna 26 (Luna-Resurs 1) ha cambiado
significativamente su diseño, aunque su misión sigue siendo la misma:
cartografiar desde la órbita la composición mineral de la Luna y buscar
rastros del hielo de los polos. Luna 26 será una sonda de 2200 kg con
160 kg de instrumentos. Por su parte, Luna 27 será similar a Luna 25,
pero más pesada (2150 kg) y con más carga científica (130 kg), y además
incorporará un sistema de aterrizaje de alta precisión. La estrella de
la misión será el taladro capaz de perforar el suelo lunar del polo sur
hasta una profundidad de dos metros para analizar su composición, aunque
la sonda también estudiará el interior lunar mediante sismógrafos. La
misión de retorno de muestras Luna 28, que aún no ha sido aprobada
oficialmente, tendrá una masa superior a las tres toneladas y conservará
las muestras a muy bajas temperaturas. Curiosamente, la propuesta de
misión Luna 28, que debía llevar un Lunojod, a desaparecido del radar.
Nuevo diseño de la sonda Luna 26 (NPO Lávochkin).
Sonda Luna 27 (NPO Lávochkin).
Sonda Luna 28 de retorno de muestras (NPO Lávochkin).
Va a resultar complicado que Rusia saque adelante estas misiones en
solitario, especialmente si persiste la actual situación económica y no
sale adelante la colaboración con la ESA. Pero en cualquier caso se
trata de un plan bastante racional y asequible. Rusia se juega mucho con
la misión Luna 25 de cara a recuperar su puesto entre los países que
cuentan con un programa de exploración planetaria independiente.
Modelo de la Luna 25 unida a la etapa Fregat (NPO Lávochkin).
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Primeras imágenes de la sonda china Chang’e 5 para traer muestras de la Luna
Desde que en agosto de 1976 la sonda automática soviética
Luna 24 volvió a la Tierra ninguna misión espacial ha vuelto a recoger
muestras del suelo lunar. Pero eso está a punto de cambiar a finales de
año con la misión china Chang’e 5. Hasta la fecha solo habíamos visto la
sonda en animaciones y esquemas, pero por fin hemos podido contemplar
el ejemplar de vuelo.
El módulo de descenso y de ascenso de la Chang’e 5 (CCTV).
La sonda Chang’e 5 será la nave automática más compleja jamás lanzada
a la Luna. Constará de cuatro módulos distintos que despegarán
conjuntamente: un módulo orbital de sección cilíndrica, el módulo de
reentrada, el módulo de descenso y el de ascenso. El módulo orbital será
usado para frenar el conjunto en órbita lunar. Una vez allí el módulo
de descenso y el de ascenso se separarán conjuntamente del resto de
forma parecida al módulo lunar de las misiones Apolo. Tras el aterrizaje
de alta precisión —de forma similar al de la Chang’e 3—, la Chang’e 5
usará un taladro para excavar hasta los dos metros de profundidad.
Partes de la Chang’e 5.
Aunque en un principio se vieron animaciones donde se veía un taladro
montado en un brazo robot, finalmente el taladro usará un sistema fijo
cuyo diseño recuerda mucho al de las sondas soviéticas de retorno de
muestras Ye-8-5M (Luna 23 y Luna 24). Las muestras se depositarán
directamente en el módulo de ascenso. Una vez completada la fase de
recogida, el módulo de ascenso partirá hacia la órbita lunar, dejando en
la superficie el módulo de descenso. El módulo de ascenso se acoplará
entonces con el módulo orbital y el módulo de reentrada. Las muestras
pasarán del módulo de ascenso al módulo de reentrada y el módulo de
ascenso se separará y quedará abandonado en órbita lunar (como el módulo
de ascenso del LM del Apolo). Poco después el módulo orbital encenderá
sus motores para abandonar la órbita lunar y dirigirse a la Tierra. En
las cercanías de nuestro planeta se separará el módulo de reentrada, una
cápsula con una forma similar a la de la nave tripulada Shenzhou, pero
de pequeño tamaño, que realizará una maniobra de doble reentrada para
aterrizar en la Mongolia interior china.
Sistema de extracción de muestras de la Chang’e 5.
Detalle del módulo de ascenso de la Chang’e 5 y el taladro (CCTV).
Otro detalle del módulo de ascenso (CCTV).
Este esquema es mucho más complejo que el usado por las sondas
soviéticas de retorno de muestras Ye-8-5. Estas últimas solo disponían
de una etapa de descenso y otra de ascenso. La de ascenso, con la
cápsula, despegaba directamente de la superficie lunar rumbo a la
Tierra, sin necesidad de tener que pasar otra vez por la órbita lunar y
llevar a cabo acoplamientos adicionales. Entonces, ¿por qué los chinos
no han optado por un sistema similar? Pues porque el ‘truco’ empleado
por las misiones Ye-8-5 solo permitía acceder a una región limitada de
la cara visible de la Luna. La técnica de la Chang’e 5 es mucho más
flexible y permite teóricamente acceder a toda la superficie lunar,
incluida la cara oculta. Obviamente, es una técnica que vale la pena
solo si planeas llevar a cabo otras misiones similares. Y, de hecho,
China ya ha declaro su intención de lanzar la Chang’e 6, una réplica de
la Chang’e 5, a comienzos de la próxima década para traer muestras de la
cara oculta.
Maqueta del módulo orbital y la cápsula de reentrada de la Chang’e 5 (CCTV).
Maqueta del módulo de descenso y ascenso.
Módulo de descenso de la Chang’e 5 (CCTV).
Cápsula de retorno de muestras de la Chang’e 5 (CCTV).
Otra vista de la cápsula y el módulo de ascenso al fondo (CCTV).
Diferencias entre una cápsula Shenzhou y la cápsula de la Chang’e 5-T1.
Además, por el mismo precio China puede poner en práctica con la
Chang’e 5 la técnica de acoplamiento en órbita lunar (LOR, Lunar Orbit
Rendezvous), que, a nadie se le escapa, podría emplearse en una futura
misión tripulada. Y la experiencia acumulada con la doble reentrada de
la cápsula de muestras también tendría una aplicación clara en un
programa tripulado (recordemos que esta técnica ya fue probada con éxito
en 2014 durante la misión Chang’e 5-T1).
E incluso si China decide no poner un ser humano en la Luna, esta
técnica puede ser aplicada en una misión de retorno de muestras de
Marte, un objetivo que China ha declarado se encuentra entre sus
prioridades para finales de la próxima década. También hemos podido ver
la cápsula de la Chang’e 5, que es prácticamente idéntica a la de la
Chang’e 5-T1, aunque se aprecian ligeras diferencias. Esta cápsula es
una versión a escala de la Shenzhou, a su vez basada en la Soyuz rusa.
La Chang’e 5 despegará a finales de este año desde el centro espacial de
Wenchang mediante un cohete Larga Marcha CZ-5, el lanzador chino más
potente en servicio. Será la primera sonda china que usará este cohete.
Con esta misión China dará un salto de gigante en su programa de
exploración del sistema solar.
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Un nuevo tipo de mundo terrestre: los planetas granates
De los más de 3500 planetas extrasolares descubiertos
hasta la fecha apenas sabemos nada sobre ellos más allá de su órbita, su
masa aproximada o su tamaño. Solo en unos pocos casos conocemos al
mismo tiempo la masa y las dimensiones, un requisito necesario para
determinar la densidad. Con este dato ya podemos comenzar comparar los
exoplanetas con los planetas de nuestro sistema solar con el fin de
encontrar las semejanzas y diferencias con respecto a los mundos ya
conocidos. Y uno de los descubrimientos más importantes de estos últimos
años es que planetas con la misma densidad pueden ser radicalmente
distintos. ¿Por qué? Pues porque aquí entra en juego la composición
química.
Izquierda, posible composición interna de un planeta del
sistema Kepler 102, con una proporción de silicio similar al Sol. A la
derecha, un planeta granate alrededor de Kepler 407 (Robin Dienel,
Carnegie DTM).
La proporción de elementos que encontramos en el sistema solar es más
o menos universal, pero pequeños cambios en la abundancia relativa de
algunos de ellos pueden dar como resultado planetas muy distintos y
fascinantes. Quizás el caso más famoso es el de los planetas de carbono,
mundos exóticos con mantos de diamante que podrían existir en sistemas
donde la proporción entre el carbono y el oxígeno es mayor que la
encontrada en el sistema solar. Más recientemente varios astrónomos han
sugerido la posibilidad de que existan mundos granate, o lo que es lo
mismo, planetas con una mayor proporción de silicio que la solar.
Veamos cómo es esto posible. La mayor parte de los minerales de la
corteza y manto de los planetas terrestres del sistema solar son
agrupaciones de óxidos de silicio. Pero evidentemente no todos son
iguales. En la Tierra los minerales más abundantes que podemos encontrar
pertenecen al grupo de la olivina, pero esto no tiene que ser así en
todos los planetas de tipo terrestre, independientemente de que su
densidad sea similar a la Tierra. En exoplanetas terrestres con una
mayor proporción de silicio los minerales más abundantes podrían
pertenecer a la familia del granate. ¿Y qué implicaciones tiene esto?
Pues muchas. Los minerales como el granate son más rígidos que los
relacionados con la olivina, por lo que sería más difícil mantener una
tectónica de placas activa durante mucho tiempo. Estos planetas podrían
tener un aspecto exterior similar al terrestre, pero sin tectónica de
placas resulta más complicado regular el clima durante largos periodos
de tiempo, por lo que la habitabilidad de los planetas granate sería
significativamente inferior a la de los ‘planetas olivina’ como la
Tierra.
Un equipo de científicos liderado por Johanna Teseke ha llegado a
esta conclusión después de estudiar múltiples estrellas con el
espectrógrafo APOGEE (Apache Point Observatory Galactic Evolution
Experiment) en el telescopio SFT (Sloan Foundation Telescope) de 2,5
metros de Nuevo México. Gracias a este instrumento han sido capaces de
medir la proporción de elementos pesados en un campo estelar que
coincide en buena parte con el campo observado por el telescopio
espacial Kepler. Muchas de las estrellas analizadas por APOGEE tienen
planetas a su alrededor que fueron descubiertos por Kepler, como por
ejemplo Kepler 102 y Kepler 407. Kepler 102 es una estrella un poco más
pequeña que el Sol y posee cinco exoplanetas, mientras que Kepler 407 es
ligeramente mayor y tiene dos planetas. Sin embargo, Kepler 407 se
caracteriza por tener una mayor proporción de silicio que Kepler 102 y
que el Sol, así que es de suponer que sus planetas también gozan de esta
diferencia.
Y para saber en qué se traduce esa mayor proporción de silicio en un
planeta, el grupo de Teske se dirigió al geofísico Cayman Unterborn para
que realizase simulaciones numéricas sobre la formación planetaria en
este tipo de sistemas. La conclusión es que los planetas terrestres
alrededor de estrellas como Kepler 407 podrían ser mundos granate.
Por supuesto, una simulación numérica dista mucho de ser una prueba
de la existencia de este tipo de planetas, pero sin más datos a nuestra
disposición y teniendo en cuenta la lejanía de estas estrellas no
tenemos más remedio que acudir a ellas. Y tendremos que hacerlo durante
las próximas décadas o siglos hasta que dispongamos de mejores datos
sobre la composición de los exoplanetas de masa terrestre. La lección
que podemos sacar es que tener una masa y una densidad similares a las
de la Tierra no es garantía de que estemos ante un mundo igual al
nuestro.
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Estrechando el cerco alrededor del noveno planeta
Una de las ‘no-noticias’ más destacadas del año pasado
fue el renovado interés por la búsqueda de un hipotético noveno planeta
en el exterior del sistema solar gracias al análisis de las órbitas de
varios objetos transneptunianos realizado por Konstantin Batygin y Mike
Brown. Los dos investigadores se dieron cuenta de que muchos objetos del
cinturón de Kuiper exhibían un perihelio —el punto más cercano al Sol—
más o menos situado en la misma región del espacio y un argumento de perihelio
similar. Esta acumulación de órbitas se podía explicar por la presencia
de una supertierra o un minineptuno de diez masas terrestres situado en
una órbita muy elíptica con un semieje mayor de 700 unidades
astronómicas (UA), es decir, 105 mil millones de kilómetros. La órbita
de este noveno planeta estaría orientada al contrario que la de los
objetos que supuestamente perturba.
Simulación de la órbita del noveno planeta teniendo en
cuenta las resonancias con varios TNOs (Sarah Millholland y Gregory
Laughlin).
Es importante recordar que Batygin y Brown no fueron los primeros en
proponer un noveno planeta lejos del Sol que se dedica a fastidiar a los
objetos transneptunianos. Unos años antes Scott Sheppard, Chadwick
Trujillo y Carlos y Raúl de la Fuente Marcos ya propusieron por separado
la existencia de una supertierra con el objetivo de aclarar el misterio
de las órbitas tan extrañas de algunos transneptunianos. Pero el modelo
de Batygin y Brown ha otorgado más credibilidad a la hipótesis del
noveno planeta y, lo más importante, ha permitido acotar las zonas del
cielo en las que se podría encontrar. Un año después, ¿cómo va la
búsqueda?
Pues sigue vivita y coleando. Durante este año varios investigadores,
incluyendo a Brown, han comenzado a buscar el nuevo planeta, aunque por
ahora parece que sin resultados. Por otro lado, a lo largo de estos
meses se ha propuesto que el planeta nueve sería también el responsable
de las extrañas órbitas de Niku (2011 KT19), Drac (2008 KV42) y otros
objetos similares, todos ellos con órbitas muy inclinadas con respecto a
la eclíptica y, en ocasiones, retrógradas. Eso sí, la sonda Cassini no
ha logrado detectar la aceleración gravitatoria que el noveno planeta
debería causar sobre Saturno, lo que pone un límite importante a su masa
y/o su distancia (si el planeta está situado en dirección a Saturno, el
gigante anillado debería sentir una aceleración un 2% superior a la que
experimentaría la Tierra). Es decir, Cassini nos está chivando que el
planeta nueve, o bien tiene menos de diez masas terrestres, o bien está
situado como mínimo a mil unidades astronómicas —150 mil millones de
kilómetros (!)—.
Posible aspecto del noveno planeta (Caltech).
En un nuevo paper Sarah Millholland y Gregory Laughlin han intentado
acotar un poco más la posición de nuestro planeta misterioso a través de
las resonancias que pudiera tener con otros cuerpos transneptunianos.
Para que nos hagamos una idea, es lo mismo que ocurre entre muchos
objetos del cinturón de Kuiper y Neptuno. Por ejemplo, Plutón está en
una resonancia 3:2 con Neptuno, es decir, por cada tres órbitas de
Neptuno, Plutón describe dos. Si no pudiésemos ver Neptuno, seríamos
capaces de deducir su existencia estudiando las resonancias de los
objetos perturbados por el gigante de hielo. Y usando esta novedosa
aproximación al problema, los autores han concluido que Sedna estaría en
una resonancia 3:2 con el nuevo planeta, mientras otros objetos
transneptunianos estarían en resonancias 5:1, 4:1 o 3:1.
Posible composición del planeta suponiendo que sea un minineptuno (University of Bern).
Lo fascinante de esta hipótesis es que estas resonancias cuadran con
la presencia de un objeto situado en una órbita con un periodo de 16.725
años (!!) y una distancia de 954 unidades astronómicas, datos que
encajan casi como un guante con otras predicciones previas. Los dos
investigadores han calculado de que existe un 98% de probabilidades de
que estas resonancias sean reales y no un simple objeto del azar. La
masa del planeta estaría entre seis y doce veces la de la Tierra. De
paso, han calculado la posición en el cielo en la que debería
encontrarse: entre 20º y -20º de declinación y 30º y 50º de ascensión
recta.
Posible posición en el cielo del noveno planeta: se
encontraría donde están la mayor parte de puntos negros (Sarah
Millholland y Gregory Laughlin).
Las malas noticias son que se trata de una zona enorme. Si el planeta
existe realmente tendría una magnitud de 23 —extremadamente débil— al
hallarse cerca de su afelio. Además, la hipótesis de la resonancia solo
explica las órbitas de algunos transneptunianos. Habrá qué ver si se
ajusta a otros (desgraciadamente, la incertidumbre en la órbita de
muchos de estos cuerpos es muy grande), sobre todo a los que se vayan
descubriendo. También hay que señalar que otros investigadores siguen
pensando que el noveno planeta no es necesario para explicar las
distribuciones aparentemente no aleatorias de los elementos orbitales de
algunos transneptunianos, así que no cantemos victoria aún.
El el caso de que realmente el noveno planeta esté allá fuera cuesta
imaginar cómo podría ser un mundo tan extraño. Más grande que la Tierra,
pero menos que Neptuno. Situado en el extrarradio del sistema solar
allí donde el Sol es solo una estrella un poco más brillante que el
resto, con una temperatura de apenas 40º por encima del cero absoluto.
No sabemos qué características tendría, pero los modelos indican que su
atmósfera estaría compuesta por hidrógeno y helio. Quizás tendría nubes
de metano, por lo que sería más brillante que Neptuno a esa distancia.
¿Realmente hay un nuevo mundo esperando ser descubierto o solo es un
constructo matemático? Si es así, puede que pronto salgamos de dudas.
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El espectáculo de los anillos de Saturno vistos por la sonda Cassini
La sonda Cassini todavía no ha comenzado la última fase
de su misión, denominada Grand Finale, pero ya se encuentra describiendo
una serie de órbitas
que la llevan muy cerca de los anillos y, además, le permite verlos en
perpendicular con una resolución incluso mayor a la alcanzada durante la
fase de inserción orbital en 2004. El resultado son una serie de
impactantes imágenes que quitan el hipo. Algunas de las más
espectaculares son las correspondientes a la pequeña luna Daphnis —en
español Dafne— en medio de la división de Keeler.
La luna Dafne en la división de Keeler vista el 16 de enero a 28.000 km de distancia (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Daphnis es un satélite de apenas 8 kilómetros de diámetro que se
encarga de ‘limpiar’ de restos la división de Keeler, de 42 kilómetros
de ancho, situada en el borde exterior del anillo A (la propia luna fue
descubierta gracias a la sonda Cassini en 2005). Lo fascinante de las
imágenes es que se aprecian los efectos de la gravedad de la pequeña
luna en las pequeñas partículas de los anillos, creando ondas y
perturbaciones como si fueran olas en el mar. No obstante, la gravedad
no explica por si sola muchas de las estructuras que observamos y hay
que tener en cuenta otros fenómenos como fuerzas electrostáticas y la
viscosidad entre las partículas de los anillos. Una de las estructuras
más llamativas es el disco de material que se aprecia en el ecuador de
Dafne, formado por la acumulación de partículas procedente de los
anillos.
Detalle de Dafne en el que se aprecia el disco de material
en el ecuador. Apenas se distinguen cráteres (NASA/JPL-Caltech/Space
Science Institute).
Este disco de material es similar al que se encuentra en otras lunas
pastoras de los anillos como Pan y Atlas. Además de las ondas en
horizontal en el plano de los anillos, Dafne también causa distorsiones
verticales, auténticas montañas de partículas que se aprecian
especialmente gracias a la sombra que proyectan durante los equinoccios.
A lo largo de los más de diez años que lleva Cassini en órbita de
Saturno nunca antes se había podido obtener una foto tan nítida de Dafne
y sus efectos en los anillos.
Detalle de la imagen anterior en color (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute/Ian Regan).
Los anillos de Saturno vistos contra el limbo del planeta el 20 de enero (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute/Jason Mayor).
El hexágono del polo norte visto el 28 de octubre en filtro violeta (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Pero no hace falta centrarse en las lunas pastoras para sentirse
apabullado por la belleza del sistema de anillos. Los primeros planos
del anillo B que Cassini nos ha regalado tienen una resolución de más
del doble de lo conseguido hasta la fecha y son simple y llanamente
alucinantes.
El anillo B visto por Cassini el 18 de diciembre de 2016 a
52.000 km de distancia. La parte exterior del anillo está a la
izquierda(NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
El borde del anillo B a 52.000 km de distancia (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Para entender lo que estamos viendo, el borde externo del anillo B
queda a la izquierda de la imagen. El anillo B está separado del A por
la famosa división de Cassini, el hueco más grande que existe en los
anillos. Este hueco no está provocado por una luna pastora, sino por las
perturbaciones gravitatorias de Mimas, que se encuentra fuera de los
anillos y que también es la causante de la rica estructura que se puede
observar en estas increíbles imágenes. En la siguiente imagen vemos el
anillo A repleto de ondas de densidad, a la derecha, causadas por la
presencia de las lunas Jano y Epimeteo, mientras que a la izquierda se
pueden ver los huecos causados por la influencia gravitatoria de la luna
Pan, que recorre el interior de la división de Encke.
Más estructura en el anillo A a 134.500 km de distancia (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Los anillos de Saturno (NASA).
Llama la atención que incluso a esta resolución no somos capaces de
discernir las divisiones más pequeñas dentro de los anillos. Y, además
de los puntos blancos debidos a los rayos cósmicos que impactan en la
cámara de la sonda (no todas las imágenes están procesadas), se ven
zonas alargadas más claras que son en realidad el agrupamiento temporal
de partículas dentro de cada anillo. Estas agrupaciones (denominadas propellers y straws)
se diluyen con el tiempo por los efectos de marea —los anillos están
dentro del límite de Roche— y los choques con otras partículas. Los propellers —’hélices’—se forman alrededor de pequeñas lunas invisibles en las imágenes, mientras que las straws —’pajitas’— son agrupaciones de partículas sin un núcleo más denso.
Y, por supuesto, además de anillos, Cassini sigue fotografiando otras lunas, como vemos a continuación:
Tetis y su gran cráter Odiseo visto el 16 de noviembre de
2016 a una distancia de 367.000 km (NASA/JPL-Caltech/Space Science
Institute).
Mimas con su cráter Herschel visto el 20 de octubre de 2016 a 185.000 km NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Mimas visto el 30 de enero de 2017 (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Mimas visto el 30 de enero (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Mimas visto el 30 de enero (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Vista de Pandora, de 84 km de diámetro, el 18 de diciembre
de 2016 a 41.000 km de distancia (NASA/JPL-Caltech/Space Science
Institute).
Epimeteo visto el 30 de enero (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Epimeteo visto el 30 de enero (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute).
Primer plano de Epimeteo (NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute/Roman Tkachenko).
"Para el aprendizaje efectivo de la matemática se necesita trabajar desde dos dimensiones, la teoría y la práctica, binomio indispensable para asegurar el éxito del mismo. La primera proporciona la visión y confianza y la segunda fija la seguridad y la experiencia para el dominio del curso"
Prof. Abel Esteban Ortega Luna
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